Muda y con la cabeza gacha. Cristina Fernández encarnaba, como nunca antes se había visto, la imagen de la derrota. El Frente de Todos, que había salido eufórico en estas primarias legislativas (entendidas como una primera vuelta), se quedó en el frente de los suyos. El peronismo que hoy se conoce como kirchnerismo en Argentina perdió en 18 de las 24 provincias. Lo nunca visto. Pero el padre de la derrota y el que tuvo que salir a dar la cara fue el otro Fernández, Alberto, el presidente de la República.
«Algo no habremos hecho bien», asumió el hombre que hasta hace unos días presumía de ojeras y exceso de peso por la ansiedad que le genera el cargo. «Dos modelos de país, uno que incluye y otro que deja gente al costado», trató de describir para identificar las diferencias entre la oposición que le arruinó la cena -y posiblemente los dos años que le quedan de Gobierno- y ellos que acumulan unos índices de miseria, deuda pública e inflación que superan con creces a los heredados de Mauricio Macri. «Solo queremos la felicidad de nuestro pueblo», siguió Fernández en línea con el marketing que apela a emociones y sentimientos. En un escenario con telón de fondo de la bandera argentina y un corazón amarillo en el centro, la plana mayor de sus precandidatos a las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias), el presidente y la vicepresidenta de Argentina (ella sin decir palabra) reconocía un fracaso que no consideró ninguna encuestadora, antes y después de cerrar las urnas.
En un intento de recuperar el entusiasmo de cara a las elecciones de noviembre donde, de verdad, se renovará la mitad del Congreso y un tercio del Senado, Alberto Fernández intentó levantar el ánimo hundido de sus electores: «Vayan a hablar con sus vecinos. No perdamos el día. Esta campaña recién empieza». De confirmarse este resultado en dos meses, la oposición se haría con mayoría absoluta en el Congreso y el oficialismo perdería el control del Senado. El revés no podría ser más duro.
El amarillo de ese corazón estampado fue el color del que se tiñó el mapa de Argentina y que identifica a Juntos por el Cambio, la fuerza que dio algo más que un sorpaso a este peronismo siglo XXI. Sus precandidatos arrasaron en las tres principales provincias del país. La de Buenos Aires (38 por ciento) en la que ‘Cristina’ había puesto todas sus esperanzas con el gobernador Axel Kicillof y que concentra prácticamente el 40 por ciento de los votos, en CABA (Ciudad de Buenos Aires) donde gobierna Horacio Rodríguez Larreta, el exmano derecha de Mauricio Macri y aspirante a la Casa Rosada en un par de años (rozó el 50 por ciento de los votos) y en Córdoba (más del 47 por ciento) y Santa Fe (el 40 por ciento), las otras dos más importantes en términos económicos y de población . La victoria de estas garantiza, en cualquier elección, un triunfo demoledor.
Efectos del fracaso
En el escrutinio general , el «amarillo» supero con creces al oficialismo y se impuso hasta en los sitios donde la pobreza es una boca que alimentó el clientelismo kirchnerista. Un ejemplo lo ilustra, El Chaco, donde la tuberculosis sigue siendo una enfermedad sin erradicar y Cambiemos logro más del 44 por ciento de los votos. Pero el problema de «los Fernández» tiene una lectura más preocupante en su seno. La medida docena de provincias que los suyos ganaron representa apenas el 10 por ciento del electorado de toda Argentina. Se trata de La Rioja, Tucumán, Santiago del Esterio, San Juan, Formosa y Catamarca. La guinda del fracaso “K” fue su derrota en Santa Cruz, bastión del kirchnerismo donde la familiar gobernó durante décadas disfrutando del imponente glaciar Perito Moreno. Allí, donde les conocen, Cambiemos rozó el 29 por ciento de los votos.
Loas efectos de este fracaso no tardarán en verse en el Gobierno. No se descarta un asalto al Ejecutivo de La Cámpora, la organización juvenil fiundada por Máximo Kirchner y que ya tiene barba cerrada. Los cambios en el Gabinete que se susurraban desde hace tiempo parece que se harán imperativos y el pulso sobre quién manda en Argentina, volverá a darse con un derrotado seguro: Alberto Fernández. El presidente apagado ante la sombra alargada de su vicepresidenta a partir de ahora parece que estará, en términos absolutos, en sus manos. La cuestión principal es si de aquí a noviembre podrán dar la vuelta a la tortilla de las elecciones o no. El tiempo y el hartazgo de los argentinos (con tendencia a subirse en las runas a caballo ganador) lo dirá.