Los ‘padres fundadores’ de EE.UU. eran bien leídos. Los Washington, Jefferson, Adams o Franklin devoraron de Shakespeare a Cervantes -el primer presidente del país compró un ‘Quijote’ el mismo día en que se adoptó la Constitución de EE.UU. en 1787- y de Locke a Kant. Por supuesto, también los clásicos, en quienes se fijaron no solo para levantar edificios públicos con columnas y frontones partidos. Lo hicieron para inspirarse en sus instituciones democráticas primitivas y realizar el sueño -de ejecución todavía imperfecta- del ‘We The People’ de su Constitución, el gobierno del pueblo para el pueblo; y de que «todos los hombres son creados iguales» de su Declaración de Independencia.
Aquellos revolucionarios ilustrados no incluyeron en su diseño constitucional el ‘filibuster’… Ver Más